Un trastorno de la conducta alimentaria es una enfermedad mental, es decir un trastorno psicológico que cumple con unos criterios diagnósticos descritos en los manuales. Este es un trastorno en el que la persona ha desarrollado un miedo patológico a engordar y rechaza su volumen corporal, sea este el que sea, para evitar sentirse «gorda» necesita alterar sus hábitos alimentarios, restringir, compensar lo ingerido con ejercicio o ayunos o utilizar conductas purgativas. La persona dedica muchas horas de su tiempo y mucho espacio de su mente en todo esto, provocando que todas estas conductas contengan un alto grado de obsesividad y ritualismo. Todo este funcionamiento limita la vida de la persona, sus actividades y relaciones y puede comprometer gravemente su salud física.
Afecta a muchas más mujeres que hombres y se da más frecuentemente en la preadolescencia, adolescencia y juventud, de 12 a 25 años.
Su incidencia es del 6% de la población adolescente y un 11% de esta población realiza habitualmente conductas que se consideran de riesgo.
Las redes sociales no hacen más que agravar el problema, su capacidad de viralizar mensajes, actitudes, valores y modas, de crear falsas sensaciones de comunidad y el protagonismo que cobra en ellas el puro exhibicionismo nos alerta de que este tipo de problemas no va a dejar de crecer.
A día de hoy las tratamientos con evidencia científica; es decir los tratamientos clínicos predominantemente cognitivo conductuales, logran resultados del 50 % de recuperación total. Lo cual quiere decir también que un 50% de las personas con un TCA no se curan.
El trastorno de la conducta alimentaria es de naturaleza multicausal. Esto significa que nunca podemos encontrar un factor que por sí solo haya dado lugar al desarrollo de la enfermedad. No existe un porque único. No hay, por tanto, culpables.
Para que el trastorno llegue a desarrollarse, siempre tienen que haber participado varios factores, si hay, por lo tanto, responsables. La sociedad, en tanto en cuanto sigue premiando la belleza femenina, tiene una parte de la responsabilidad, las familias; sus estilos educativos sobreprotectores o sus hábitos alimentarios no saludables o sus preocupaciones estéticas tienen una parte de la responsabilidad y la persona que padece el trastorno, evitando así afrontar la propia vida, tiene la responsabilidad última, será ella, pues, la que superará el trastorno en último término y por tanto la responsable de su propia recuperación.