Testimonios de terapia

un cierre especial

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«¿Por donde empiezo? Precisamente, esa es la cuestión, que hay tantas cosas que me gustaría decir que no se por donde empezar.
Me gusta mucho recordar como conocí a las personas, por lo que, empecemos por ahí. En tu caso, me acuerdo perfectamente de aquel día de noviembre, hace dos años. Llegué a tu consulta asustada, enfadada, cerrada, desesperada. Entre en tu sala y me senté en el sofá, el cual me acogería los siguientes dos años. Y enfrente tu, como siempre, esperando para escucharme.
No me acuerdo que te dije, pero estoy segura que se trataría de algo así como una explicación perfectamente argumentada y razonada sobre como había llegado hasta ese punto. Me acuerdo que me escuchaste detenidamente y una vez que acabé, llegó tu turno para hablar.
Una de las primeras cosas que me dijiste fue que se trataba de un proceso largo, que normalmente solía extenderse a un año y medio o dos años. Al oír esto pensé; esta no tiene ni idea con quien está tratando…(spoiler: sabías perfectamente con quien estabas tratando) también me aclaraste que tras mi razonamiento lógico y argumentado había una serie de eventos y circunstancias pasadas que habían contribuido al TCA, las cuales debíamos revisar. Una vez más, pensé: revisar ¿el que? Yo con un par de truquillos, voy bien.
Sin embargo, resulto que tenias razón en todo ello, y así fue la primera vez de las miles de veces que diste en el clavo conmigo.

Desde entonces, nos hemos sumergido las dos en un viaje, en el que me has hecho deconstruir y revisar todo lo que yo creía conocer sobre mi relación conmigo misma, con mi madre, con mi padre…sobre como me proyecto, …. me has hecho reír, me has hecho llorar (más llorar que reír), pero lo más importante; me has curado:

Tu reciprocidad me ha curado
tu honestidad, me ha curado
tus silencios/momentos antes de empezar me han curado
tus ejercicios con las almohadas, me han curado
tus “con que te vas?” me han curado
tu presencia me ha curado
tu compasión me ha curado.

No solo me has curado, sino que contigo he aprendido unas enseñanzas vitales, he aprendido a escucharme, a aceptar el complejo espectro de mi personalidad, a cuidarme… y estas enseñanzas me acompañarán toda mi vida.
Para acabar me acuerdo una vez que me dijiste que el trabajo lo estaba haciendo yo, que el terapeuta era un guía, un apoyo. Pues tengo que decir que me ha tocado la lotería con mi guía. Eres el mejor acompañante que podía uno tener para hacer este camino.»

poesía

«He volgut donar-te una cosa que vaig escriure ara fa (per mi) molts anys. Em sento super lluny d’aquella ….
Recordo que va ser el primer cop que vaig sentir que estava en pau, i a la cantonada del full de la llibreta hi vaig escriure “Marta”, perque aquella emoció era resultat de molt treball personal i perquè vaig pensar que pot ser algún dia t’ho ensenyaria.
Gràcies per acompanyar-me en aquest viatge.

Mis heridas cicatrizan
a la par que se abre mi pecho
y que placer bucear en mi estómago, acariciar mi diafragma
mimarme
no dialogar con el dolor
y dejarme ser.
Y que placer hacerse a una
arroparme a mi misma los domingos de resaca
disfrutar de los amaneceres
en este cuerpo mio
que ya no ando mutilando
levantando un castillo a trompicones
mi único imperio soy yo.»

Aina S.

Avui estic aquí perquè m’agradaria desenterrar la veu amorosa, compassiva i acollidora que, encara que no ho sàpigues, també t’acompanya. Una veu que et diu: t’estimo. T’estimo incondicionalment. T’estimo quan et fas un “atracón”, quan vomites, quan ets massa restrictiva o quan no vols menjar. T’estimo encara que tu no et vegis ni guapa, ni adequada, ni bona persona, ni intel·ligent, ni mereixedora de rebre amor. La malaltia que patim també té això, et deixa sense amor, i l’amor per una mateixa és la clau per fer el canvi. Abraçar el teu dolor, plorar, deixar-te ajudar per la gent que t’estima i rendir-te. Rendir-te davant del desig impossible de ser perfecte. Perquè darrere d’aquest desig hi ha una necessitat immensa de voler que ens estimin. I jo avui et vull dir que t’estimo.

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a mi tca:

Con esta carta me despido de ti. Escribirlo me parece raro, como si se volviese real y al mismo tiempo me diese mucha pena. Es una relación que he pensado toda mi vida que no acabaría, que siempre estarías para decirme qué hacer o cómo sentirme.

Y aunque sea raro, tenerte como guía me ha sido de ayuda a veces. En momentos o situaciones en los que no sabía cómo reaccionar o no tenías las herramientas para gestionar mis emociones, de algún modo me has protegido. Lo has hecho a través de la culpa y el rechazo hacia mí misma, pero entonces me parecía el único modo.

Me cuesta despedirme de ti porque muchos de mis recuerdos están ligados a ti. Estar contigo me ha hecho disociar de muchos de ellos o mantenerlos en mi memoria con una capa de tristeza y malestar. El Erasmus, mis relaciones, vacaciones en familia, nuevos comienzos… La vergüenza, la culpa, el miedo a no ser aceptada… Todas esas emociones que no sabía por qué estaban allí tú las convertías en algo que sí sabía manejar: compensación, restricción, hambre. Y esas tres palabras (y alguna más) me (o nos) han acompañado demasiado tiempo.

El resultado ha sido vivir con más miedo y pensar que nunca sería suficiente. Cuando el mundo me consideraba perfecta (algo para lo que yo luchaba hasta la extenuación, incluso contra mí misma), yo más imperfecta me sentía. No era suficientemente delgada, ni lista, ni tenía un trabajo perfecto, ni suficientes planes sociales.

Muchas veces me pregunto desde cuándo llevamos juntos. Supongo que casi desde el mismo momento en el que la palabra “gorda” me definió. Los primeros comentarios en el cole, las primeras dietas, las primeras miradas, las primeras comparaciones. Fui una niña que me sentí incomprendida porque todo el mundo quería que fuese pero nadie me dejaba ser (“¿por qué no te pones bikini?”, “¿por qué no comes chuches?”). En esos momentos ya estabas conmigo y planeaba cómo te harías cargo de mi vida, como terminaste haciendo. La solución fue hacer todo lo posible para ser delgada, una idea que nunca fue “tangible”, sino una utopía con la que tener una excusa para machacarme más o incluso, a la vez, sobrevivir.

Ahora entiendo que ese “todo el mundo” en parte soy yo. La incomprensión que sentía se debía a que yo no me conocía, me había perdido en la autoexigencia y el perfeccionismo.

Ahora mismo tampoco diría que me conozco al 100%. Cosas que antes creía saber de mí estaban tan contaminadas que tengo que, poco a poco, limpiarlas y descubrirlas. Mi peso “normal”, la comida que me gusta, el ejercicio o deporte que disfruto, los planes que quiero hacer, las relaciones que quiero establecer conmigo y con otras personas… Y ahora tengo las herramientas para hacerlo sin que los miedos sean protagonistas, sin que tú seas mi guía.

Me quedan muchos recuerdos, algunos en forma de trauma, que a veces preferiría no tener. Pero se me abren muchas puertas y una vida que pensé que nunca podría disfrutar: unas vacaciones sin miedo a engordar, una persona a la que me presentan y no tengo miedo a que me juzgue, un vestido que me pruebo sin miedo a que me quede mal.

Todo lo que soy, por suerte o por desgracia, te lo debo (en muchos, que no todos, aspectos) a ti. Pero también todo lo que no soy. Por eso hoy te digo adiós, con la promesa de que lograré ser sin ti.

-M.