Causas de un TCA desde una mirada fenomenológica

Cuales son sus causas

Las causas o factores de riesgo descritas hasta el momento se agrupan en causas predisponentes, precipitantes y mantenedoras y paralelamente son separadas entre causas personales, familiares y sociales.

Las causas predisponentes son aquellas que están presentes en la persona mucho antes de que aparezca el trastorno, colocándola en una situación de mayor vulnerabilidad. Estos factores responden a preguntas del tipo: como era mi cuerpo en la infancia, como lo veía yo y los demás? como se comía en casa?, hice alguna actividad deportiva en la que la delgadez fuera premiada?, recibí comentarios (buenos o malos) sobre mi aspecto físico? Tuve alguna experiencia traumática importante? Sufrí algún trastorno alimentario infantil?. Menarquia precoz, obesidad infantil, bulling, abusos… todos ellos son factores predisponentes y todas las personas con un TCA relatan alguno de ellos; Desde un profesor de gimnasia que pesaba a los alumnos y alumnas, a profesoras de danza que recomendaban no cenar, burlas en el colegio por tener sobrepeso o experiencias dolorosas al llegar la pubertad.

Las causas precipitantes son aquellas que ejercen la función de interruptor del trastorno, situaciones generalmente estresantes que lo activan. Responden a la pregunta: que ha pasado en mi vida justo antes de enfermar? (cambie al instituto, mis padres se separaron, murió mi abuela, tuve un accidente) Una causa precipitante, no actúa de interruptor de un TCA si no existen causas predisponentes.

La causa precipitante que se encuentra en el 99% de los casos de TCA es el adelgazamiento, sea este voluntario a partir de una dieta o involuntario a partir de una experiencia desagradable, como una enfermedad, este adelgazamiento suele producir reacciones tan inadecuadas como comentarios positivos del tipo “que guapa estas, te has adelgazado” que producen un efecto nefasto; el inicio del trastorno.

Los factores mantenedores serán aquellos que, una vez desarrollado el trastorno, impiden su superación. Lo refuerzan y mantienen, porque lo alimentan. Es frecuente que las familias modifiquen comportamientos ante la aparición del problema, puede que presten más atención a la persona afectada o que le permitan licencias que antes no le permitían, puede pasar que padres separados se unan para ayudar a una hija diagnosticada de anorexia nerviosa o que los conflictos entre ellos desaparezcan. Estas situaciones derivadas de la aparición del trastorno hacen que la persona, de forma más o menos inconsciente le haya encontrado a su enfermedad una utilidad más a las ya existentes. Para identificar estos posibles factores mantenedores, la pregunta planteada; ¿que gano permaneciendo enferma?

Factores predisponentes personales

Los primeros factores de los que me ocupo son los llamados predisponentes personales, los que tienen que ver con las tendencias temperamentales o rasgos de personalidad.

En Gestalt hablamos de carácter o personalidad como la forma particular que el organismo ha elegido entre el total de posibilidades existentes de presentarse al mundo, se acepta una tendencia innata al desarrollo de un tipo de rasgos caracteriales y se considera que estos se pueden llegar a manifestar más o menos intensamente en función del sentimiento básico de seguridad que el recién llegado haya experimentado en los primeros años de vida.

La salud mental y física tiene una relación directa con la capacidad de funcionar creativamente, de no estar demasiado condicionado por un carácter fijo, la posibilidad de dar respuestas distintas en situaciones distintas, algo así como ser diferente en cada nueva situación, pudiendo adaptarme, sin más sufrimiento.

Por el contrario el hecho de crearse para una misma una identidad muy marcada con una forma de funcionar muy rígida y repetitiva implica a un mayor sufrimiento psíquico.

La personalidad, considerada un componente del ego, esa especie de personaje que nos hemos creado para lidiar con el mundo amenazante y que nos da la falsa sensación de seguridad, en realidad es la manera rápida en que el organismo ha intentado evitar el displacer o el sufrimiento.

De ahí que a mayor seguridad en uno mismo menos necesidad de crear una personalidad muy marcada y mayor capacidad para flexibilizar el funcionamiento ante cada nuevo reto vital.

La tendencia al perfeccionismo, el alto nivel de exigencia, la baja tolerancia a la frustración, la rigidez, la dificultad en la identificación y expresión emocional y la obsesividad son rasgos de personalidad descritos como factores predisponentes a la anorexia nerviosa. Estos rasgos de personalidad son al mismo tiempo los responsables de otro factor clave, la llamada baja autoestima. La autoestima; valoración que una hace de si misma, es inversamente proporcional al nivel de exigencia; a mayor autoexigencia, menor satisfacción con una y por tanto menor autoestima.

Estos rasgos de personalidad, al tener un componente genético, se comparten con familiares (progenitores) y se refuerzan. Se establece pues, de esta forma, en la dinámica familiar, un estilo educativo y relacional basado en la alta exigencia, la rigidez, el control y la planificación, además de una preferencia a lo racional y a evitar lo emocional.

La dificultad para adaptarse a los cambios y el miedo a no poder controlar alguna variable en el día a día, puede llevar a la persona a la búsqueda de una conducta compulsiva que emule el control, provocando la falsa sensación de control de la propia vida.

A pesar de esto, los rasgos de personalidad no son suficientes por si solos para que se desarrolle un trastorno alimentario, aunque podemos sospechar que si estos rasgos son muy marcados, el sufrimiento está asegurado. Aún así necesitamos más factores predisponentes y deben ser factores muy concretos y diferenciados que expliquen estos síntomas y no otros.

factores predisponentes sociales

Los factores sociales nos afectan a todas, en especial a las mujeres, sobretodo en el llamado mundo occidental y en el occidentalizado o a día de hoy, casi en todas partes del mundo global en el que nos encontramos. Los estereotipos imposibles de mujer, los ideales de belleza inalcanzables, por eso son ideales y por eso la industria de la belleza los perpetua, porque lo que la enriquece es nuestra insatisfacción y no lo contrario. La belleza física como valor incuestionable, la delgadez extrema todavía presente, el mantra de hacer dieta como algo socialmente normalizado… todo eso está en la base del trastorno, los datos lo abalan, los porcentajes de insatisfacción corporal en jóvenes son demoledores y el consumo de gimnasios, dietas, productos y operaciones es general. La industria de la belleza quiere que todas, sin excepción, en las próximas generaciones deseemos entrar en el quirófano para cambiar un rasgo físico que nos acompleja. Ojalá no hiciese falta terapia para revisar todo lo “tragado”, la prevención es urgente, una buena educación capaz de desarrollar mentes críticas y revolucionarias, capaces no solo de no creerse el discurso sino de construir otro. Hay esperanza porque ya hay muches jovenes rompiendo los moldes estrechos de la expresión clásica de los dos géneros predominantes, creando otras diversas, libres y originales formas de expresar sus identidades donde el aspecto físico es tan diverso como lo que hay dentro de cada une de ellxs. Pero el daño ya está hecho y hace demasiado tiempo que dura. Mientras tanto, toca desmontar modelos, referentes, valores e ideas erróneas sobre nosotras y nuestro cuerpo.

factores predisponente familiares

Se ha hablado mucho de una tendencia a no querer hacerse adultas “síndrome de Peter Pan” en personas con TCA. Es frecuente ver en ellas, sobretodo en las que padecen anorexia nerviosa (AN) una actitud de infantilización, de excesiva necesidad de apoyo externo, de falta de criterio propio y de autoconfianza.

En el ámbito familiar hay una tendencia a encontrarnos familias muy fusionadas, de tal manera que las necesidades de sus miembros también están fusionadas y se confunden. Los/las hijas son claramente las que van a tener dificultades en identificar necesidades que les sean propias sin confundirlas con las necesidades de sus progenitores, sobretodo porque son ellos/ellas quienes sienten la necesidad de complacer para ser queridas. En estos casos, la tendencia es a la obediencia, sumisión, complacencia y eso lleva a adolescencias no resueltas. Sabemos que la adolescencia es un periodo de crisis que sirve para que los/las hijas rompan momentáneamente vínculos de dependencia con los progenitores en un intento necesario de identificarse con los iguales para construir una identidad propia hecha también de rechazar algunos de los aprendizajes y algunas de las normas que ahora toca cuestionar. Si ese periodo importantísimo no se supera como tal, como una crisis y una ruptura, la persona queda pegada a los padres, dependiente e infantil. No pudo cuestionar a las figuras de poder y autoridad y sufre de una falta de poder propio. De esta fusión llega la confusión de si misma y la energía que surge de la necesidad de separarse queda bloqueada. Va a tener que resolverlo de una forma alternativa, quizás en un estilo alimentario propio, encuentre un lugar propio, secreto, donde nadie puede entrar y experimenta un poder que no puede experimentar en su propio dia a dia.

Una mirada especial al “factor cuerpo”

La vivencia del cuerpo: Todos los factores personales, familiares o sociales predisponentes descritos  en referencia al cuerpo como son la obesidad infantil, la menarquia precoz, la presión social y/o familiar para tener una determinada figura o una agresión sexual, son experiencias que quedan grabadas emocionalmente, incluso en forma de trauma, en la persona que las vive. Esto puede dar lugar a que la persona base la relación con su cuerpo en un rechazo y maltrato sistemático del mismo. El cuerpo se convierte en el lugar idóneo en el que proyectar el malestar; el original primero y posteriormente cualquier otro malestar que surga en el devenir de la vida. Sucede que algunas veces, si la persona no ha podido defenderse de las agresiones externas y nadie la ha defendido, concluye que ella es la culpable y tiende a esa culpabilización y autocastigo. (si nadie me defendió de los que me llamaban gorda, será que lo soy, soy yo quien tiene que cambiar y no ellos).

Como ya hemos mencionado más arriba, las mujeres siguen hoy estando mucho más expuestas a comentarios sobre su cuerpo y a que su imagen tenga un lugar destacado, por delante de todo lo demás que ellas son. Esto hace que el miedo a no estar físicamente como la sociedad marca pueda ser tan grande como una fobia y las conductas para evitarlo acaben siendo patológicas.

Una mirada especial al “factor alimentación”

En ocasiones las personas afectadas suelen relatar escenarios infantiles de conflictos con la comida, ya sea por defecto o por exceso.

El acto de comer está, como sabemos, muy relacionado a lo emocional (hablamos de hambre emocional cuando confundimos una necesidad afectiva con una necesidad nutritiva) y esto pasa porque el acto de alimentar es un acto de amor.  La mala relación con la comida en un TCA en ocasiones es la forma de expresar necesidades afectivas no satisfechas, la forma indirecta de decir que no recibió lo que necesitaba, también de pedirlo (lo patológico a veces nos remonta a lo infantil) o de saciarlo. Se acaba estableciendo una asociación entre sentirse en falta, no vista, no atendida, abandonada etc… y no comer, ya sea esta conducta una respuesta/queja o llamada de atención o la forma de manifestar y permanecer en la sensación de falta. La sensación y el deseo “neurótico” de no existir parece expresarse perdiendo peso, haciéndose pequeña, pasando desapercibida…

Y podemos ver la otra cara de la moneda, el hambre de afecto, confundido con el hambre de comida que se traduce en atracones; comer hasta llenarse y no llenarse nunca, hasta que el propio límite del cuerpo impide continuar.

La anorexia y la bulimia representan dos caras de una moneda, dos formas de resolver un conflicto afectivo.